Joseph Ratzinger, Gladiador del amor a Dios.

Hablar de Joseph Ratzinger no es una cosa sencilla, debido a que nos encontramos frente a un ser humano, un personaje, una personalidad que ejerció una gran influencia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y los primeros decenios del XXI. Realizó grandes aportaciones en el campo de la teología, de la filosofía, de la ética, la historia. Fue uno de los grandes pilares doctrinales en el Concilio Ecuménico Vaticano II, cuyos alcances han sido tales, que no bastó con el extenso y prolijo pontificado de San Juan Pablo II, su predecesor, para llegar a comprenderlos en toda su amplitud, pontificado que, en este contexto, fue también abonado con la profunda y profética visión de Joseph Ratzinger al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, y de la Pontificia Comisión Bíblica sobre la interpretación de la Sagrada Escritura en la Iglesia.

Posteriormente, ya como Papa Benedicto XVI, más que un continuador de la labor de San Juan Pablo II, fue un cultivador, y un divulgador de los frutos derivados del Concilio, tarea ardua, si partimos del hecho de que el propio Concilio, desde un principio, tuvo una gran oposición por parte de algunos sectores dentro de la misma Iglesia, tanto así, que en algún momento el Papa Paulo VI comentó que “el humo de satanás se había introducido en el Concilio”[1].

Hablar de Joseph Ratzinger, es hablar  a contra corriente, porque es hablar de quien entendió claramente la intención y el  propósito con el que la Iglesia emprendió el camino Conciliar, expresado de forma entusiasta y contundente por el Papa Paulo VI, entre otras muchas ocasiones, en su homilía de la misa de apertura de la cuarta sesión conciliar: “No parece difícil dar a nuestro concilio ecuménico el carácter de un acto de amor, de un grande y triple acto de amor: a Dios, a la Iglesia, a la humanidad”[2].  

Y más adelante, en la misma introducción del libro citado, se menciona un fragmento del discurso de Paulo VI, recordando la apertura de la segunda sesión conciliar, en la que dijo: “El presente concilio está caracterizado por el amor, por el amor más amplio y urgente”.  Pero hay un párrafo en el discurso de clausura del concilio, que aparece como primer texto, antes de la introducción, que por su fuerza y solidez voy a incluir aquí, tal como aparece en el libro de Cabodevilla:

“Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad, y nadie podrá tacharlo de irreligiosidad o de infidelidad al Evangelio por esta principal orientación, cuando recordamos que el mismo Cristo es quien nos enseña que el amor a los hermanos es el carácter distintivo de sus discípulos.

¿Estaría destinado entonces este Concilio, que ha dedicado al hombre principalmente su estudiosa atención, a proponer de nuevo al mundo moderno la escala de las liberadoras y consoladoras ascensiones? ¿No sería, en definitiva, un simple, nuevo y solemne enseñar a amar al hombre para amar a Dios? Amar al hombre -decimos-, no como instrumento, sino como primer término hacia el supremo término trascendente, principio y razón de todo amor, y entonces este Concilio entero se reduce a su definitivo significado religioso, no siendo otra cosa que una potente y amistosa invitación a la humanidad de hoy a encontrar de nuevo a Dios por la vía del amor fraterno.

Y me parece necesario hacer toda esta puesta en contexto con el tema del Concilio, debido a que, precisamente por su intención, por su deseo de volver a poner en la mirada el amor de Cristo como clave del camino de la salvación, cuya misión ha sido encomendada a la Iglesia, porque tal parece que entre más se centra la Iglesia en el mensaje del amor, pareciera que resurgen también los nuevos “Celotes”, que esperaban el reino como sinónimo de dominación y de poder.  El mismo Paulo VI comentó, según acotamos más arriba, su desencanto, tiempo después de terminado este gran esfuerzo de reflexión sobre sí misma, que había realizado la Iglesia, pero también, como bálsamo de alivio repetía en esos años ante más de dos mil obispos: “Ha sido una mañana magnífica, -la de la clausura-, que a menudo habrá que traer a la memoria toda vez que el demonio del desaliento nos tiente”. 

Y es precisamente esta apreciación profética del Santo Padre Paulo VI, la que nos pone en el contexto y la perspectiva definitiva de la dificultad de hablar de Benedicto XVI, puesto que, tal y como lo pudo constatar San Paulo VI, de acuerdo con lo que nos indica Alberto Royo Mejía en el documento de la nota 1: “¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?” Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia… “Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación? La respuesta de Pablo VI es clara y neta: “Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?”. Y el Papa precisa: “Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma, sembrando la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud y la insatisfacción”.

¿Comprendes ahora la magnitud del reto que se propuso vivir Joseph Ratzinger? El seminarista, el sacerdote, el obispo, ¡el Papa!, sí Benedicto XVI dedicó su vida a difundir y defender el verdadero espíritu del Concilio, tal como se lo comentó al periodista Vittorio Messori[3], en respuesta a la pregunta que le hiciera en relación con su antigua participación en la revista Concilium, que posteriormente habría de convertirse en interlocutor crítico de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “No soy yo el que ha cambiado, han cambiado ellos.  Desde las primeras reuniones presenté a mis colegas estas dos exigencias. Primera: nuestro grupo no debía ser sectario ni arrogante, como si nosotros fuéramos la nueva y verdadera Iglesia, un magisterio alternativo que lleva en el bolsillo la verdad del cristianismo.  Segunda: teníamos que ponernos ante la realidad del Vaticano II, ante la letra y el espíritu auténticos del auténtico Concilio, y no ante un imaginario Vaticano III, sin dar lugar, por tanto, a escapadas en solitario hacia adelante”. 

En todo momento Joseph Ratzinger se mantuvo fiel al Santo Padre Paulo VI, cuya visión profética, sumada a las primeras manifestaciones de rechazo por parte de algunos sectores de la Iglesia, hoy muy bien identificados, la fuerza que han tomado y el formidable apoyo que desde las tinieblas han buscado y recibido nos hacen tener una pálida idea de lo titánico de la lucha de este “siervo bueno y fiel” que fue Benedicto XVI. A lo largo de su vida puso al servicio de la Iglesia su brillante intelecto, desde los diversos cargos que ocupó, siempre tuvo como objetivo difundir el amor a Jesucristo como nuestro Redentor, el amor a la Iglesia como esposa fiel, y tratar de convencernos por todos los medios de que Dios es amor, de que ama a la Iglesia, y en ella a todos los fieles y a todos los hombres, todos como sus criaturas y llamados a la salvación.  Nos habló de Jesucristo en todas las formas posibles, nos lo presentó como tierno niño a lo largo de las homilías que año tras año pronunciaba el día 24 de diciembre, algunas de las cuales fueron publicadas en forma de libro [4], en la contraportada se pueden leer estas palabras del autor: “Espero que este libro pueda transmitir algo de la alegría por la encarnación de Dios, una alegría que me ha inspirado siempre a mí mismo en la proclamación del mensaje”.[5]

Nos habló de la vida de Jesús, y en este esfuerzo me lo puedo imaginar como un gran músico, explicando a gente sencilla la estructura de un concierto, la diferencia entre una escala natural y una cromática, los diversos movimientos de un concierto o una sinfonía, haciendo entender a la audiencia el por qué en ciertos momentos de la interpretación se perciben determinadas características y en otros momentos puede haber un cambio muy notable; o como un gran científico, explicando los grandes misterios del método científico, sus alcances, sus limitaciones, a un grupo de estudiantes de nuevo ingreso, con toda paciencia, para que, a partir de esa introducción, que puede ser tediosa y complicada, todo lo demás tenga mayor claridad; basta con asomarse a la explicación metodológica con la que prologa una de sus más acabadas y deseadas obras [6], con la que trata de hacernos entender la inquietud que le provocaba lo que él mismo explica:

“En los años cincuenta, la grieta entre el ‘Jesús histórico’ y el ‘Cristo de la fe’ Se hizo cada vez más profunda… Los avances en la investigación histórico-crítica provocaban que la figura de Jesús, en la que se basa la fe, fuera perdiendo su perfil… Como resultado común de estas tentativas, ha quedado la impresión de que, en cualquier caso, sabemos pocas cosas ciertas sobre Jesús, y que ha sido solamente la fe en su divinidad la que ha permeado como rasgo fundamental de su imagen… La íntima amistad con Jesús, de la que todo depende, corre el riesgo de moverse en el vacío”.

Nos habla, más adelante, de los esfuerzos del exégeta católico de habla alemana más importante de la segunda mitad del siglo XX, Rudolph Schnackenburg, quien al final de su obra, inspirada en el método mencionado de la investigación histórico-crítica, nos dice que “…a través de estos métodos se divisa de lejos al <verdadero> Jesús, pero deja establecido claramente, que ‘Sin su enraizamiento en Dios, la persona de Jesús resulta vaga, irreal e inexplicable’” Y, continúa diciendo Benedicto XVI, que “En la descripción concreta de la figura de Jesús he tratado con decisión de ir más allá de Schnackenburg… el elemento problemático se encuentra, a mi modo de ver, en la frase: ‘Los Evangelios <quieren>, por así decirlo, revestir de carne al misterioso hijo de Dios aparecido en la tierra…’  Quisiera decir al respecto: no necesitaban <revestirle> de carne, Él se había hecho carne realmente. Pero ¿se puede encontrar esta carne a través de la espesura de las tradiciones?”

Después nos presenta como fundamento del trabajo histórico-crítico del citado exégeta, la encíclica Divino afflante Spiritu, de 1943, a cuyo auxilio y complemento llegó la Constitución conciliar Dei Verbum, sobre la divina revelación, así como dos documentos de la Pontificia Comisión Bíblica [7], ‘La interpretación de la Biblia en la Iglesia (Ciudad del Vaticano 1993) y ‘El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia Cristiana’ (del 2001).

Y por supuesto que no podía dejar de hablarnos específicamente, con el mismo amor, respeto y gratitud, sobre el misterio de la Redención[8], en donde podemos encontrar como en el caso de Jesús de Nazareth, en la introducción, la razón de ser de dicho escrito y las circunstancias.  Ahí nos comenta que tuvo el privilegio de nacer en Sábado Santo, y que fue el primero en recibir el agua del bautismo recién bendecida en ese año de su bautismo, hecho que marcó definitivamente su vida:

“El mensaje del día en que vine al mundo tenía un vínculo particular con la liturgia de la Iglesia; y mi vida se había orientado desde el principio hacia este singular entretejido de oscuridad y de luz, de dolor y de esperanza, de ocultación y de presencia de Dios”.  Nos dice también, al hablar del Viernes Santo, “¿No es excepcional que un hombre aparentemente derrotado, muerto en el abandono y el sufrimiento más extremos, sea presentado como el redentor de todos los hombres? ¿Qué tiene que ver el dolor con la salvación, el sufrimiento con la felicidad? Me resultó inmediatamente claro que la cuestión de la relación entre amor y dolor coincidía con la cuestión esencial de la cruz y con la posterior cuestión, ligada a ésta, de cómo la existencia de otro, su pasión y su victoria, pueden determinar mi vida en lo más profundo y cambiarla”  Pero lo extraordinario es que todos estos pensamientos estaban ya presentes en su mente filosófico-teológica ya desde el año 1967, cuando preparaba sus clases para estudiantes de la Universidad en aquél año, describiéndolo así: “Tenía claro que la cristología debía constituir el núcleo de estas clases y que en ellas a la teología del misterio pascual le correspondía un puesto igual de central”. 

Imagen tomada de la página vatican.va

Sería interminable pretender hablar de toda la vida de Joseph Ratzinger, y de su extensísima obra escrita, simplemente sus 3 encíclicas encierran también grandes tesoros, tanto para la Iglesia como para la humanidad en general, en la que seguramente pensaba cuando le hablaba a Dios sobre nosotros sus hijos, en las tres, el hilo conductor es el Amor, sus títulos así nos lo demuestran, en 2005 escribió “Deus caritas est” Dios es amor, en 2007 “Spe slavi” en Esperanza fuimos salvados, y en 2009 “Caritas in veritate”   La caridad en la verdad.  Pero un rasgo que no quiero dejar de mencionar es que, siendo Ratzinger universalista por formación, era también europeo de nacimiento, y a Europa dedicó una parte importante de su actuar, de su pensar y de su escribir. En el tema de Europa, nos muestra su profundo conocimiento y comprensión, no solamente de la historia de Europa, sino de la historia universal en su conjunto, pero, sobre todo, entiende la gravedad y el peligro que encierra para Europa y para el mundo, el abandono de los fundamentos cristianos que dieron unidad, sentido y trascendencia a Europa y las regiones que, sin ser Europa, se nutrieron de estos mismos principios.  Tan convencido está de esta realidad y de su fundamento en el amor de Dios, que termina uno de sus libros sobre el tema con estas palabras: “En realidad, no encontraremos el camino de la paz sin volver a reflexionar sobre el Dios de la Biblia, ese Dios que se ha hecho cercano a nosotros en Jesucristo” [9]

Esta fue la actitud de Joseph Ratzinger, hombre apasionado del amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, quien siempre se mantuvo fiel a este amor, muchas veces incomprendido, no pocas calumniado y en otras hasta repudiado por sus “hermanos” en el ministerio sacerdotal y episcopal. Él que nos predicó siempre el amor de Dios, que nos recordó en todo momento que Dios es Amor y que por amor fuimos creados, pero nosotros al parecer hemos perdido de vista que la riqueza de amor que tenemos radica justamente en la forma pasiva de este verbo, el hombre, que se pretende erigir como sujeto de todas las acciones, es capaz de ignorar o despreciar esta riqueza del verbo amar en voz pasiva, es decir, pretendemos olvidar o negar que el ser humano “ha sido amado por Dios”, tal como nos lo dice el mismo Cristo, “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como Yo os he amado, que también os améis unos a otros” Juan 13: 34

Descanse en esa Paz y en ese Amor el Santo Padre Benedicto XVI.


[1] Alberto Royo Mejía, “La Reforma litúrgica (VI): Pablo VI y el humo de Satanás”. Tomado de https://www.infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/0912050553-la-reforma-liturgica-vi-pablo. En el que cita el testimonio documentado del Cardenal Virgilio Noé, quien trabajó muchos años en la Sagrada Congregación para los sacramentos y el Culto Divino durante el Pontificado de Paulo VI.

[2] Citado por José María Cabodevilla en la introducción de su libro: “Carta de la Caridad”. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1966.

[3] Card. Joseph Ratzinger, Vittorio Messori. “Informe sobre la Fe” Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid 1985. Pág. 23

[4] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. “Y Dios se hizo hombre, homilías de Navidad” Ediciones Encuentro. Madrid 2012. En versión Kindle.

[5] Se pueden escuchar algunas de estas homilías en el Podcast: Persona, familia y sociedad.

[6] Ratzinger Joseph, Benedicto XVI. “Jesús de Nazareth” Primera parte. Editorial Doubleday.  New York, 2007. En versión Kindle.

[7] El mismo Joseph Ratzinger presidió la Pontificia Comisión Bíblica por invitación del Papa Juan Pablo II, ahí fue pieza clave en el avance de los trabajos exegéticos y la utilización de la exégesis histórico-crítica, como él mismo le expone en esta extensa cita que se hace, así como se impulsó la revisión de la relación entre fe e historia. Consultado en Anuario de la Historia de la Iglesia, “A los cien años de la constitución de la Pontificia Comisión Bíblica” Joseph Cardenal Ratzinger. Universidad de Navarra, en https://revistas.unav.edu/index.php/anuario-de-historia-igñesia/article/view/10121

[8] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. “La muerte de Cristo. Meditaciones sobre la Semana Santa” Ediciones Encuentro. Madrid 2013.

[9] Joseph Ratzinger. “Presente y futuro de Europa. Sus fundamentos hoy y mañana” Ediciones Rialp, Madrid. 2021 consultado en versión Kindle.


Descubre más desde México, sus problemas y sus valores. Piensa bien, escribe bien, actúa bien.

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Un comentario en “Joseph Ratzinger, Gladiador del amor a Dios.”

Los comentarios están cerrados.