Creo que nadie en su sano juicio podría no estar de acuerdo en que lo que ha sucedido recientemente en la frontera entre Turquía y Siria, me refiero a la sucesión de terremotos que tuvo lugar en días pasados en dicha zona, es muy lamentable.
Es muy lamentable que los conglomerados humanos asentados en estas regiones sean ciudades milenarias, con una gran tradición y cultura, muchos de cuyos más representativos monumentos, templos y obras diversas han quedado destruidas, o severamente dañadas.
Muy lamentable, pero explicable, es el hecho de que se encuentren precisamente en una zona de altísima sismicidad, debido a la falla de Anatolia, conocida también como “placa turca” que comprende la mayor parte de Asia Menor, que limita con la placa arábiga, con la placa euroasiática y con la africana. El movimiento de estas placas genera tensiones entre ellas, hasta que en un momento dado se producen desplazamientos intempestivos, que dan lugar a estos fenómenos tan violentos en la superficie.


Y aunque debido a esta situación, a lo largo de la historia ha habido muchos otros terremotos, que han dejado al igual que en esta ocasión, una estela impresionante de muerte y destrucción que es un precio muy alto que se paga periódicamente a las fuerzas de la naturaleza, no deja de ser muy lamentable cada vez que esto sucede.
A pesar de todo lo anterior, no me quiero referir a este lamentable acontecimiento desde el punto de vista de los terremotos y sus devastadores efectos. Hoy me quiero referir a un fenómeno que podría pensarse como siniestramente paradójico, por lo que voy a comentar a continuación.
Si observamos algunas de las imágenes que han circulado a través de los medios noticiosos y redes sociales, se aprecia, por un lado, la magnitud del desastre, los montones de escombro a los que queda reducida una parte de la ciudad en cuestión de algunos minutos. Por otro lado, se observa con satisfacción no morbosa, la respuesta inmediata que se aprestan a brindar los más inmediatos, que han logrado salvarse personalmente del desastre, aunque tengan, tal vez, la pena moral de haber perdido parte o la totalidad de sus seres queridos. Viene a continuación la sucesión de acontecimientos increíbles, como el rescate de un recién nacido, cuya madre logró dar a luz debajo de los escombros, y cómo este acontecimiento provoca una alegría muy especial, ¡se ha salvado una vida recién salida del vientre de su madre! Y, así sucesivamente, la secuencia de hechos impresionantes, los ejemplos de valor, de entrega desinteresada, aunque implique el riesgo de la propia vida, la hermandad humana muestra la fortaleza de sus lazos de forma espontánea, sin importar que estemos en una zona fronteriza, entre dos naciones que tal vez no han tenido la mejor relación de vecinos, o las zonas fronterizas de las placas tectónicas mencionadas, Turquía, Eurasia, Arabia, África, tal vez más violentas en la superficie que allá muy en lo profundo de las placas. Sin embargo, ante la desgracia común, se pone de manifiesto lo más importante, la vida y la hermandad humana.

Al poco tiempo, ya se escucha que las primeras iniciativas de ayuda por parte de países de todas partes del mundo, ya han comenzado, y van apareciendo los reportajes, que si tal nación ya envió un cargamento con tal y cual tipo de productos, que si otra nación ya envió a sus mejores duplas humano – caninas para ayudar en la detección de supervivientes y proceder a su rescate. No faltan en todo esto, las fotografías y datos de los lugares de origen de las ayudas humanitarias, de que tal avión despegó de tal o cual aeropuerto, en las que tal vez quisiéramos ver más solidaridad que protagonismo. El contrapunto, para poder hablar de la paradoja siniestra, es que, si apreciamos estas otras imágenes, en las que también se muestran las imágenes de ciudades que, en el pasado reciente y de forma gradual, han sido también reducidas a escombros, en éstas, sin embargo, no solamente no se han visto las imágenes de la ayuda humanitaria que esté llegando a las pocas horas de haberse producido la desgracia. No, en este caso lo que vemos, es que los seres humanos se tienen que seguir matando unos a otros, en encuentros cuerpo a cuerpo, después de que los bombardeos han hecho el trabajo de destrucción masiva de vidas y de inmuebles, sean de tipo civil o militar. Sí, me refiero en este caso concreto, pero no es el único, al salvaje bombardeo al que fue sometido el país de Ucrania, más allá de las posibles “causas justas” que lo hayan provocado, yo personalmente no encuentro ninguna causa que justifique este nivel de barbarie, de nadie contra nadie, simplemente es inaceptable ser observadores de este grado de encono entre seres humanos de una misma región del mundo, separados por una línea llamada frontera, pero más allá de eso, por ideologías o por caprichos de quien sea, emanados del poder que se ejerce sin escrúpulos, sin recato y sin vergüenza para agredir a los semejantes por cualesquiera que hayan sido sus diferencias.



Y el motivo que me llevó a titular esta entrada como “¡Qué lamentable!” es que a diferencia de la ayuda humanitaria, más allá de la que en el momento se pudieron brindar los mismos afectados y algunas iniciativas de su propio gobierno, lo que apreciamos en el plano internacional fueron las “reuniones de alto nivel”, ya sea de la ONU, de la OTAN, y otros foros, en los que “políticos” con rostros circunspectos y discursos más bien tibios y evasivos de una responsabilidad que no responde, que no está a la altura de lo que se necesita. ¡Qué lamentable!, que cuando se trata de las desgracias que, provocadas por la soberbia humana, por los abusos de poder, por la infamia de las ideologías, lo políticamente correcto sea enviar representantes a las reuniones de “alto nivel”, en lugar de levantar la voz y enviar ayuda humanitaria y no militar, de manera inmediata.
¿O, tal vez será, que tratándose de desastres naturales sí es políticamente correcto salir al encuentro de nuestros semejantes con fotografías y detalles, y tratándose de conflictos militares con alcances similares de muerte y destrucción, lo políticamente correcto sea quedarse callados y esperar pacientemente durante semanas y meses a que prosperen las negociaciones, o peor aún, azuzar la discordia poniéndose de uno u otro lado?
Yo no sé que pienses tú, que estás leyendo estas líneas, pero a mí me parece que lo único que se puede decir sobre esta situación es: ¡Qué lamentable! Ojalá seamos capaces de reflexionar, de reconocer que no está bien que el ser humano se destruya por voluntad de unos cuantos, y los demás nos quedemos, porque callar es hacer el juego, con caras circunspectas, esperando que prosperen las negociaciones.
¡Qué lamentable!
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