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La liturgia católica, en sintonía con la Iglesia, que es “Madre y Maestra” nos propone elementos pedagógicos, que van cobrando relevancia a lo largo del año litúrgico, y sus diversos tiempos. Todo ello con la intención de que nos quede más claro, todo el misterio de Cristo y el gran regalo que nos hace mediante su nacimiento, predicación, pasión, muerte y resurrección, pero vamos paso a paso.
Hacia el fin de año calendario, concretamente en este mes de noviembre, se produce el acontecimiento máximo para nosotros los católicos, con la conmemoración de Cristo como Rey del Universo, nombramiento que le fue otorgado oficialmente por parte de la Iglesia, con la Encíclica Quas Primas, emitida por el Papa Pio XI en el año 1925. Esto significa, además, que este año inicia la celebración el Primer Centenario de esta importante carta, y será, por lo tanto, un año jubilar, en el que la Iglesia dispensará gracias especiales a todos los fieles que cumplan con los requisitos.
La fiesta de Cristo Rey, como se le conoce coloquialmente, la ha fijado la Iglesia hacia finales de noviembre, en el domingo que permita que transcurran otros cuatro domingos antes del 24 de diciembre, fecha en la que, con el nacimiento de Jesús en Belén, comienza esta gran historia.

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Por lo tanto, esta importante fiesta que vamos a celebrar el próximo domingo 24 de noviembre, dará término a este año litúrgico 2024, y comenzará el nuevo año 2025, con el tiempo que conocemos como el adviento, es decir, los cuatro domingos previos a la Navidad, que integran el llamado “Tiempo de Adviento”, que significa estar a la espera de la llegada, la llegada de quién, del niño Jesús, quien, siendo la segunda persona de la Santísima Trinidad, se hace hombre, en el vientre virginal de Santa María.

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En este contexto surge la primera de las coronas a las que me voy a referir el día de hoy, esta corona, es la que conocemos con el nombre de “Corona de Adviento”, es la única de las tres que es meramente simbólica, es uno de los elementos que la liturgia católica, como mencionamos antes, nos propone para identificar en ella, cada uno de los cuatro domingos que preceden la llegada del Redentor. Está formada por ramas de pino, trenzadas en una circunferencia, la cual contiene 4 velas, que van desde el morado hasta el blanco, representando la purificación de nuestras almas y de nuestros corazones, para lo cual, cada una de las velas representa la luz del mismo Cristo, quien es el único que puede iluminar nuestras almas en este período que es de esperanza, pero también de preparación espiritual para estar en condiciones de permitir que el “Niño Jesús”, no solamente sea recordado como acontecimiento histórico, sino más bien, para que le permitamos reinar en nuestros corazones. No nos vamos a detener más en este punto, dado que el día de hoy se dará preferencia a la fiesta que nos ocupa, que es la de la Realeza de Cristo.
Cronológicamente, la segunda corona es la que nosotros los seres humanos le ponemos todos los días a Jesucristo, sí, me refiero a la “Corona de Espinas”, esta corona sí es histórica, eso quiere decir que sí existió, que efectivamente fue colocada en la cabeza de Jesús, por los soldados romanos, quienes tuvieron a su cargo la Pasión de Cristo, desde que les fue entregado por los sumos sacerdotes, después de que los soldados judíos lo tomaron preso en el Huerto de los Olivos o de Getsemaní, en el cual, ante el terrible castigo que lo esperaba, tuvo sudor de sangre, al pensar en todo el sufrimiento que iba a tener que soportar, para llevar en sus hombros los pecados que, a lo largo de toda la historia, todos los hombres hemos cometido.

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Por eso digo que esa es la corona que le ponemos todos los días, pues cada vez que cometemos un pecado, estamos colaborando con sus verdugos a que esta corona le sea puesta y apretada contra su cabeza, contribuyendo a que su dolor sea más intenso.
La corona de espinas es pues, un símbolo del sufrimiento y humillación que Jesús soportó por amor a la humanidad, culminando en su sacrificio en la cruz.
Sin embargo, no olvidemos que, durante su vida pública, Jesús mencionó en diversas ocasiones que habría de morir y resucitar de entre los muertos, algunos de estos pasajes los encontramos en: Mateo 16:21; Marcos 8:31; y Lucas 9:22. Hay otros pasajes en los que hace la referencia de manera simbólica, como en Mateo 12:40 en el que hace la comparación con Jonás, quien estuvo 3 días dentro del vientre de una ballena, como parte de las vicisitudes que tuvo que pasar antes de llegar a Nínive, a donde había sido enviado por Dios; y otro más en Juan 2:19, cuando comparando su propio cuerpo con el templo de Jerusalén, les dijo: ‘Destruidlo y yo lo reedificaré en tres días’.
Esta corona, aunque dolorosa, es una representación del sacrificio supremo y del amor incondicional. Invita a los lectores a contemplar la profundidad de este acto y su significado para la redención de todo el género humano.
Finalmente, llegamos a la tercera corona, la que estamos por celebrar este domingo 24 de noviembre, primer centenario de la declaración formal del reinado de Cristo.

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Hablar de la declaración formal no significa que antes de ese momento Cristo no fuera por derecho propio el Rey del Universo, pues como segunda persona de la Santísima Trinidad, es junto con el Padre y el Espíritu Santo, omnipotente y eterno.
En el libro del Génesis, en el pasaje de la creación, se describe cómo Dios va creando todas las realidades materiales que conocemos como el universo, y casi al final del proceso, se manifiesta la relacionalidad de Dios, pues cambia del “Hágase” con el que va haciendo que surjan todas las cosas, al “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, poniendo claramente de relieve que existe un nosotros, que habrá de ser revelado en el Nuevo Testamento, por ejemplo en el bautismo de Nuestro Señor, cuando se escucha la voz del Padre en Lucas 3:22: «Y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.»
Por lo tanto, como verdadero Dios, Cristo participa de la condición de Realeza, por derecho propio, por propia naturaleza divina. Pero, además, como hombre, es que el Padre le otorga la potestad sobre todo lo creado, adicionalmente, con su muerte y resurrección, Él ha comprado por mérito propio, al precio de su sangre, el título de Rey, y como dueño de nuestras vidas, le debemos pleitesía absoluta, simplemente por amor agradecido, pues nos devolvió la posibilidad de llegar a la casa del Padre, cuyo derecho habíamos perdido a raíz del pecado original.
Ahora bien, particularizando el tema de la Realeza de Cristo y el Centenario, veamos la relación que hay con nuestra Historia Patria, recordando cómo estaba la situación en México, en donde desde los primeros años del siglo pasado, se estaba gestando una persecución contra la Iglesia y los católicos. Ya desde la Constitución de 1857 y después en la de 1917, tanto desde el gobierno de Álvaro Obregón, como el de Plutarco Elías Calles, en cuyo período se recrudeció, al punto de haber llevado a niveles inaceptables la limitación del derecho a la libertad de conciencia, entre otras con la llamada «Ley Calles».
La tensión entre los católicos, que veían conculcados sus derechos, y el gobierno anticatólico llegó a tal punto, que la Autoridad Eclesiástica, en voz de los obispos mexicanos, decretó la suspensión del culto en todos los templos del país, situación que en diversos momentos se llevó a consulta ante el Vaticano, tratando de esclarecer las implicaciones de la situación, así como la inminente posibilidad del levantamiento en armas, situación que terminó por materializarse formalmente en el año de 1926.

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El 2 de febrero de ese año, el Papa Pio XI expide al Episcopado Mexicano la Carta apostólica” Paterna sane”, en la que trata de la persecución ya existente. El 18 de noviembre del mismo año, denuncia en su Encíclica “Iniquis afflictiscue”, la triste condición de los católicos mexicanos.[1]
Desde meses atrás, los diversos grupos que paulatinamente se fueron integrando en la defensa de la libertad religiosa por medio de las armas, lo hacían al grito de “Viva Cristo Rey”, situación que dio lugar a que los enemigos de la Iglesia se refirieran a ellos en forma despectiva como “Cristeros”, nombre que al fin de cuentas, habrían de adoptar, y con mucho orgullo, a tal punto que ese período de 1926 a 1929 que representa lo más intenso de este período, se le conoce actualmente como “La Cristiada”, si bien hay otras voces que van un poco más allá, como es el caso del Padre Javier Olivera Ravasi, quien afirma, en su Tesis Doctoral de Historia, que más que una simple guerra, es el caso de una auténtica Contrarrevolución Cristera, puesto que surge como legítima defensa contra el movimiento revolucionario y antirreligioso que se dio en México, y del cual se guardó un silencio histórico, de más de 50 años, que va siendo iluminado más recientemente, con estas voces valientes, que aunque sea a la distancia de los años, llaman a las cosas por su nombre y nos llaman a conocer y no olvidar nuestro pasado glorioso, pues es importante no olvidar que en nuestra Patria, el derecho a la libertad de profesar nuestra religión, se pagó con la sangre de muchos compatriotas nuestros, cuya gesta está integrada en este centenario de la Realeza de Cristo.
Somos, por lo tanto, herederos de una estafeta histórica que está a punto de cumplir 100 años, y de otra segunda entrega de sangre, de la que se cumplirán 50 años el 22 de noviembre de 2025, conmemorando la muerte por asesinato, de Cesar Fernando Calvillo y Juan Bosco Rosillo, en la Segunda Marcha Juvenil Nacional al Cerro del Cubilete, sede del monumento nacional a Cristo Rey, a cuyos pies fueron arteramente asesinados estos dos muchachos de la ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mexicana), quienes en aquel entonces contaban tan solo con 20 años.

En Apocalipsis 19:16, Jesús es descrito como «Rey de reyes y Señor de señores».
La corona de Cristo Rey simboliza su autoridad y poder eternos.
Como puedes ver, la triple coronación de Cristo – Adviento, Espinas y Rey – forman un misterio completo de esperanza, sacrificio y glorificación, que la Iglesia nos propone recordar año con año. Cada una ofrece una lección vital para nuestra fe y nos invita a profundizar en nuestra comprensión del amor y el poder de Jesús.
“Viva Cristo Rey”

[1] Olivera Ravasi Javier. “La Contrarrevolución Cristera”, Ediciones Katejón, consultado en su versión Kindle. Hay muchas otras voces autorizadas, que sería muy prolijo enumerar.
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