4° Domingo, ¡La Esperanza!

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La historia universal, no es más que la crónica documentada del Plan de Dios sobre la salvación del género humano. Por difícil de creer que esto nos parezca, así es, Dios que nos creó, nos dio la libertad, y lo más impresionante es que nos la ha respetado, independientemente de cómo nos hayamos comportado y de cómo hemos respondido a su confianza.

Como ejemplo te propongo justamente un acontecimiento que tiene que ver con el tiempo de Adviento que estamos viviendo, solo que me refiero al “Adviento original”, o sea, al que sucedió hace más de 2000 años, sí, me refiero al contexto en el que se da el nacimiento de Jesús el Salvador.

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Vayamos al principio, todo comenzó cuando Adán y Eva, y en ellos toda la humanidad representada, cosa que ya hemos comentado, comenten el pecado original, mismo que deteriora nuestra naturaleza, esto es, que el diseño original de Dios, queda dañado, pero no destruido. Pero como el amor de Dios es totalmente fiel y eterno, no nos abandonó a nuestra suerte al expulsarnos del Paraíso, nos prometió que enviaría un redentor.

Era necesario un redentor, porque nosotros, en calidad de criaturas, que habíamos ofendido al Creador, no teníamos la posibilidad de restaurar el daño y la pena a la que nos hicimos merecedores. Y la promesa del Redentor, que nadie sabía cómo iba a ser ni cómo sería la redención, se anuncia a lo largo de la Biblia en el Antiguo Testamento, mediante el mensaje de los diversos profetas que hubo al paso de muchos años.

Te pongo dos ejemplos de ellos: Isaías 7:14: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llevará por nombre Emanuel. «Miqueas 5:2: «Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.»

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Ahora dirás, ¿qué tiene esto que ver con los planes de Dios y la libertad del hombre?, bueno pues resulta que José y María no vivían en Belén en la época en la que María concibe a Jesús, vivían en Nazaret, por eso una de las formas en que llamaban a Jesús es Nazareno. En aquel momento el Emperador Romano, César Augusto, emite la orden de empadronarse, que obligaba a todos los judíos, Quirino era Gobernador de Siria, región del Imperio a la que administrativamente le tocó organizar el censo al que asistieron José y María, esa es la razón por la que tuvieron que ir a Belén. Aquí puedes ver como una orden dada por la máxima autoridad de los romanos, que tenían dominados a los judíos, sirve como motivo humano para el cumplimiento de la voluntad de Dios y de la profecía que acabamos de ver sobre el lugar en el que habría de nacer el Mesías.

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En el contexto actual, escuchamos algunas frases o dichos como aquel que dice: «Dios escribe en renglones torcidos», que una forma coloquial confirmar lo que venimos diciendo. Esto no implica que hagamos lo que hagamos nada cambia a los planes de Dios, este es un peligro, una de las tentaciones de las que nos hemos de librar, puesto que no significa que no importa o que no tiene consecuencias lo que hacemos. Hay que dejar muy claro que los acontecimientos no se producen por el hecho de que Dios los sabe, sino al revés, Dios, que está más allá del tiempo, conoce los acontecimientos ¡porque van a suceder! Esto es impresionante porque manifiesta el respeto de Dios por la libertad que nos ha otorgado.

Y con esto, sacamos otra conclusión muy importante, si Dios conocía que su criatura escogida, la preferida, culmen de la creación, el ser humano, iba a decidir hacer mal uso de su libertad, ¿por qué de todos modos nos creó con libertad? La respuesta a esto es un gran misterio, es el misterio del Amor de Dios, que nos amó así, desde antes de la creación, pues ya dijimos que para Él no hay antes ni después, desde toda la eternidad quiso que existiera un ser capaz de amarlo en forma libre y voluntaria, cosa que no le fue concedida a ningún otro ser de la creación. ¿No es esta una deducción estremecedora? Nos amó desde toda la eternidad y su amor es fiel a sí mismo, a pesar de nosotros mismos, cada vez que decidimos darle la espalda, Él siempre nos está esperando.

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Pero este misterio contiene también el secreto de la Esperanza. Si el Amor de Dios es totalmente fiel, no se traiciona a sí mismo, es inmutable y siempre está dispuesto a concedernos el perdón, cuando lo buscamos con el corazón lleno de humildad, tal como nos dice el Salmo 51: “Un corazón contrito y humillado, tú no lo desprecias, Señor”. Esa es la importancia de este tiempo de Adviento, y en este cuarto domingo, la Iglesia nos propone como reflexión la Esperanza por la venida del Señor, que nos mantiene expectantes y deseosos de recibirlo, que nos da confianza en un amor tan grande, que merece por nuestra parte todo acto de reciprocidad hacia el Creador, sabiendo que siempre será poco, que será nada lo que podamos ofrecerle, porque aun ese poco, lo hemos recibido, pero eso es lo que quiere que le ofrezcamos libremente, y que reconozcamos que todo en nosotros ha sido un  don de amor puro e inmerecido.

Otras tres actitudes propicias son: el arrepentimiento y la conversión, para lo cual es muy recomendable el examen de conciencia, la confesión y la recepción de la Sagrada Eucaristía como parte de nuestra preparación; también es recomendable fortalecer nuestra vida espiritual, con la meditación y oración diaria, recordando la forma en la que Dios nos ama y tratando de imitar su amor hacia las personas con las que convivimos, las que tenemos cerca; esto lo podemos hacer mediante actos de caridad o misericordia, como son las que nos enseña el catecismo, obras materiales y espirituales de misericordia, tales como dar de comer al hambriento, beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, o también enseñar al que no sabe, aconsejar a quien lo necesite, corregir al que se equivoca, consolar a los que sufren, entre otras.

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Con este tipo de acciones, y el impacto que van teniendo a medida que más personas las practiquen, vamos haciendo posible la construcción de la Ciudad del Amor, o Reino de Dios, pues éste no es otra cosa más que permitir que Cristo reine en nuestro corazón, para que poco a poco, así como fue la predicación de los primeros cristianos, poco a poco se vaya expandiendo el reinado a muchas personas y de esta forma el bien se imponga sobre el mal en todas las actividades de nuestra vida privada y pública, ámbito éste, en el que tanta falta hace que la “Persona Humana” tal como ha sido amada por Dios, sea amada por nosotros mismos, y sobre todo, protegida y promovida por quienes tienen a su cargo el destino de la “Cosa Pública”.

Dejemos, pues, que nazca Jesús en nuestros corazones contritos y humildes, y digamos confiadamente y con alegría, llenos de Esperanza:

¡Ven, ven Señor no tardes!


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