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La misericordia es aquello que conmina a las personas a compadecerse de los sufrimientos y miserias de los demás, permitiéndonos actuar con compasión y empatía, “desde el corazón”. En el cristianismo, se considera uno de los atributos divinos más importantes, relacionado con el perdón y la bondad hacia los demás. Etimológicamente se compone de los vocablos ‘miser’ desdicha o miseria, desdichado o miserable; y ‘cordis’ corazón, significa tener corazón para los desdichados.
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Algunos elementos simbólicos que pueden ayudarnos a entender la misericordia, entre otros, pueden ser: El corazón, del que ya hemos hablado, pero en forma radiante, amplio, luminoso, esperanzador. La luz, que se relaciona con el amanecer, que es la vida que Dios nos da y a la que nos permite regresar diariamente después del sueño. Las manos extendidas, en señal de generosidad, de mansedumbre y paz, que no están ahí para lastimar sino para ayudar, para consolar, para reparar un daño. Las flores blancas, que nos hablan de pureza de intención, que nos acercan al otro con empatía, desde la paz del corazón.
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Ayer le dimos el adiós terrenal al Papa Francisco, es hora de ver su testamento, qué nos dejó a sus deudos los cristianos y los hombres de buena voluntad en general. Para este fin nada como recurrir a sus propias palabras, que en esta ocasión tomé de diversos párrafos de su última Carta Encíclica “Dilexit Nos”, de noviembre de 2024, cuyo significado tal cual es: “Nos amó”, refiriéndose por supuesto, a Dios. Para esto he preparado dos audios, cada uno de 10 minutos, te pido que escuches con atención, porque es realmente lo que dejó el Papa para ti, y como en todas las herencias, tú sabrás lo que harás con ella.
La encíclica toca el corazón desde diversas aproximaciones, en este caso estoy compartiendo la que concierne a la relación de los humanos entre sí, como hijos del verdadero Dios, filiación que es condición indispensable para podernos mirar como hermanos. En la Encíclica, el Papa expone también las características misericordiosas del Corazón de Jesús, quien lo hace desde la Misericordia divina, por ser Dios, pero también desde el corazón humano, ese que, como el nuestro puede ser lastimado y también puede dejarse sanar por el Amor de Dios.
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