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«Gloria sea dada al Padre y al Paráclito y al Nacido de ti, que te han llamado a ser la santa Madre de la Iglesia. Amén.»
Desde siempre, la Iglesia ha encontrado en María un refugio de amor y una estrella de Esperanza. Ella, elegida por el Padre, guiada por el Espíritu y madre del Hijo, ha sido el punto de unión para los corazones que buscan la luz en medio de la oscuridad. No es casualidad que tantos santos, en su peregrinar, hayan puesto su mirada en ella. San Bernardo de Claraval nos dejó el testimonio de una devoción ardiente, elevando su voz en alabanza a María, a quien llamó «la estrella del mar», así como los navegantes encuentran en la estrella su dirección, esta metáfora resalta el papel de María como intercesora y protectora, ayudando a los creyentes a mantenerse firmes en la fe.

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San Luis María Grignion de Montfort, famoso por su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, con su enseñanza, nos recuerda que entregarnos por completo a María es abrazar el camino seguro hacia Cristo. Su consagración total no es otra cosa que un acto de confianza en la mediación de la Madre de la Iglesia, aquella que nos acoge y nos lleva a su Hijo. ¿Acaso no es motivo de júbilo saber que podemos descansar en sus brazos? San Juan Pablo II, testigo de la esperanza en tiempos convulsos, nos enseñó que María es nuestra defensa en los momentos de dificultad. Bajo su lema Totus Tuus, inspirado en la enseñanza de San Luis María, se consagró por completo a ella, sabiendo que en su corazón late el amor de la Iglesia, ese amor que no desfallece y que nos mantiene firmes en la fe. En su encíclica Redemptoris Mater, destacó el papel de María en la historia de la salvación.

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Santa Bernardita de Soubirous, desde la humildad, vio con sus propios ojos la ternura de la Virgen en Lourdes. Su historia nos recuerda que María nunca deja de visitarnos, de tendernos la mano y de recordarnos que Dios nos ama. ¿Cómo no cantar con alegría, cómo no celebrar con esperanza su presencia constante en nuestras vidas? María, Madre de la Iglesia, es el vínculo que une a todos los que caminan con fe, que hacen oración y penitencia. En sus brazos encontramos consuelo, en su intercesión hallamos fuerza, y en su ejemplo aprendemos a confiar. Hoy, con las voces de los santos que han caminado antes que nosotros, queremos proclamar su gloria y su amor infinito. Que este canto de Esperanza resuene en nuestro corazón y nos impulse a vivir con alegría, sabiendo que María nunca nos abandona y es camino seguro hacia Cristo. Amén.

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Raúl Salas Torres, voz. ¡Oh, Virgen!, resplandeciente estrella. Himno de Laudes de hoy 9 de junio, Midday Dance, Kevin MacLeod. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/
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