La Transfiguración del Señor

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“Todos quieren salvarse” no es solo el título de una novela de Daniele Mencarelli, sino también el grito ahogado de una humanidad que, en su fragilidad, busca sentido en lugares equivocados. El personaje de la novela, atrapado en un centro de recuperación de adicciones, encuentra junto a un grupo de “compañeros” un nuevo significado para una existencia que parecía rota, cuando en realidad solo estaba buscando mal. Ese anhelo de sentido —a veces confundido, siempre persistente— es el susurro de una dimensión trascendente que clama por revelarse. Es el eco lejano de aquel himno que hoy canta la Iglesia: “Transfigúrame, Señor…”.

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Sabemos, o al menos presentimos, que detrás de cada realidad creada hay una razón de ser, y que ese propósito no es fruto del azar, sino el reflejo de un Alguien que nos pensó, que nos amó primero, y que nos hizo a su imagen y semejanza. Y todo eso sin mérito alguno de nuestra parte, sino como Don puro, inmerecido, pleno. Ese Don inicial no fue solo origen, sino promesa de transfiguración, un llamado a dejar que ese reflejo divino se manifieste en nosotros como luz, como plenitud, como misión. “Transfigúrame, Señor…”.

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Conociendo nuestra naturaleza herida, consecuencia del pecado, Dios quiso mostrarse tal como es. Eligió a tres de sus más cercanos, y ante ellos se reveló en su esplendor glorioso, hasta donde el ojo humano pudo tolerarlo sin quebrarse, pero lo suficiente para que no quedara ninguna duda: era Dios mismo. Fue un instante de cielo en la tierra, fugaz pero eterno. En ese momento, del que nos habla también el himno de Laudes, el Padre mostró al Hijo para que entendiéramos que estar en su presencia es la garantía de nuestro camino, de nuestras búsquedas, de nuestro destino. Cada uno de nosotros tiene un lugar especial en ese destino trascendente. Como ellos, también nosotros anhelamos ver, aunque sea por un instante, ese rostro que nos revela lo que somos y lo que estamos llamados a ser.

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Y lo más bello, lo más transformador, es que no podremos llegar solos ni por nuestras propias fuerzas. Hemos de hacerlo confiando en Aquel que nos llama y que nos acompaña, sabiendo que no llegamos para quedarnos, sino para llevar a otros con nosotros. No importa quiénes sean, conocidos o desconocidos, santos o pecadores. Somos llamados a ser instrumentos de salvación, canales de luz para que otros también lleguen a contemplar ese rostro divino. Ya no solo Él transfigurado… ¡nosotros transfigurados como Él! Y entonces sí, lo veremos plenamente, sin limitaciones, sin filtros, porque Su mirada ya no herirá la nuestra, nos plenificará definitivamente. Hoy lo cantamos en sombra; algún día, lo viviremos en gloria.

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raulsalastorres

Ciudadano comprometido con México, nacido en 1955 en la Ciudad de México. Convencido de que una sociedad sólida, educada, formada en valores morales y cívicos es pilar fundamental para garantizar el desarrollo integral del país.

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