María, brújula de la espera confiada

«He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí tal como has dicho». Imagen de Pinterest.

Desde el domingo se ha venido tejiendo como si fuera una decena del rosario: los días previos se engarzan como cuentas que preparan el corazón. La voz de María flota suavemente, hasta hacerse explícita. Ella aparece discreta, misteriosa, conoce el camino, y su actitud amorosa nos atrae con gran delicadeza, tal como son las mociones del Espíritu: nos invita a seguirla. 

Esta primera semana, que se desgrana como rosario, es un primer intento por dejar de lado la prisa del mundo. Esa prisa nos roba tanto el disfrute del camino como la misma meta. Con los ojos y los empeños puestos en lo banal y lo superfluo, habría sido imposible —o al menos inútil— escuchar y atender las voces que nos han mostrado sus grandes devotos, inspirados por María misma: 

  • Que esperar contra el vacío es un acto de resistencia, una moderna rebeldía contra lo que el mundo impone. 
  • Que el espejismo de la inmediatez nunca sacia y siempre quiere más, hasta dominarnos y devorarnos. 
  • Que velar con amor es ser lámparas encendidas en la noche. 
  • Que los gestos pequeños preparan el corazón y son semillas de plenitud, como las que ella misma sembró y cultivó en la Sagrada Familia de Nazaret. 

Cada cuenta ha sido oración, cada paso vigilia. Ahora la voz de María comienza a flotar en el ambiente: no irrumpe, se insinúa como un canto lejano, como un Magníficat que se aproxima y que será cantado “por todas las generaciones”. 

«Me llamarán dichosa todas las generaciones». Tomada de Pinterest.

San Pablo nos recuerda: “Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4). 

Es aquí donde la figura de María se hace más explícita. Ella, la Estrella del Mar, es brújula de la espera confiada. Sostuvo el silencio y la promesa anunciada por Gabriel. Su aceptación y obligado secreto son ejemplo para nuestro corazón inseguro, necesitado de pruebas, exigente de los cómo. Frente a nuestra fragilidad, ella responde con firme convicción y abandono total en el designio de Dios: breve su respuesta, inconmensurable su efecto: “Hágase en mí tal como lo has dicho.” 

Su voz es canto humilde: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1,46-47). La grandeza es de Dios, fuente de la alegría, quien trae la salvación. 

El sí de María es lámpara que nunca se apagó, respuesta que abrió la puerta al misterio, libertad plena en la confiada aceptación. Ese sí nos invita y acompaña. El viernes culmina en ella: cada cuenta nos preparó para escuchar su voz, que ahora se eleva como guía y certeza de que viene con nosotros en este camino hacia nosotros mismos, paso obligado para salir al encuentro de Jesús. Ella es la primera evangelizadora: mostró a Juan —el Bautista— al Salvador, a quien ya llevaba en su seno cuando partió presurosa para ayudar a su prima Isabel, la que estaba en el sexto mes de embarazo. 

¡La madre de Mi Señor viene a visitarme! Tomada de Pinterest.

María nos enseña que la espera no es pasiva, sino confianza radical; que la vigilancia no es miedo, sino amor; que los gestos pequeños son camino hacia la plenitud. Su confianza personal se convierte en esperanza compartida: así como cada cuenta se enlaza con la siguiente, nuestra espera se enlaza con la suya. Caminamos confiados y esperanzados en el encuentro con Jesús, a quien ella lleva en su propio cuerpo, y quien la llevará a su propia plenitud. 

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raulsalastorres

Ciudadano comprometido con México, nacido en 1955 en la Ciudad de México. Convencido de que una sociedad sólida, educada, formada en valores morales y cívicos es pilar fundamental para garantizar el desarrollo integral del país.

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