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El amor compartido no se agota, se multiplica en la medida en que se da.
Revisar la propia vida a la luz de Cristo
La conversión comienza con la valentía de mirarse en el espejo de la verdad. San Pablo: “Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis en la fe” (2 Cor 13,5).
Los bienes inmateriales, a diferencia de los materiales, al compartirse no se agotan ni disminuyen, ¡se multiplican! Se hacen fecundos, como cuando compartimos el conocimiento, no perdemos aquello que compartimos, sino que otros lo pueden aprovechar y nosotros podemos aprender de los otros, de esta forma se va hacia la fecundidad, que no es exactamente multiplicar, sino llevar a la plenitud, en este caso la de los bienes compartidos, pero también quienes comparten se plenifican mutuamente.
Jesús: “Den y se les dará una medida buena, apretada, remecida y rebosante pondrán en su regazo.” (Lc 6,38) Esto no puede ser de otra manera, porque Dios no se deja ganar en generosidad, tan es así que nos envía a su propio hijo para salvarnos, y nosotros ¡Lo estamos esperando!

El martes nos invita a descubrir que la espera se hace fecunda cuando se convierte en intercambio generoso. Al que llama se le contesta, al que toca se le abre, al que pide se le dará, porque el amor siempre es relacional, no podemos simplemente amarnos a nosotros mismos, Dios nos hizo relacionales como Él mismo. La Santísima Trinidad es relación pura, entre el Padre que engendra al Hijo, no lo crea, y el amor de ambos es el Espíritu Santo. Por eso en el Génesis vemos el cambio en la actitud de Dios, quien va dando órdenes para que surja de la nada toda la creación, pero al llegar al hombre cambia de actitud y lo vemos claramente porque dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza», en lo cual vemos dos grandes verdades, nos hizo con sus manos amorosas, no fuimos fruto de una instrucción, sino de su hacer directo, y segundo, por puro don gratuito nos compartió su semejanza, que pone de manifiesto el gran amor que nos tiene.

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Dar y recibir como dinámica del Reino: El Adviento no es acumulación, sino circulación de dones. Lo que se comparte se multiplica. Por eso, la buena noticia debe ser anunciada, compartida, sobre todo testimoniada, predicar con el ejemplo más que con la palabra.
La abundancia como signo de Dios: Jesús promete una medida rebosante. La fecundidad del intercambio revela la sobreabundancia del amor divino. Cristo prometió el ciento por uno como recompensa por lo que hagamos en su nombre, eso debe movernos más a la confianza que al interés, pues más que la cantidad, buscar la sintonía con su voluntad nos dará su Amor, que es fiel, inmutable y, por lo tanto, infinito.
El gesto cotidiano como semilla: Cada acto sencillo de dar —una palabra, un gesto, un tiempo compartiéndonos con alguien, sobre todo alguien que lo necesite, — se convierte en semilla de plenitud, ¡que será recompensada!

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Este martes nos recuerda que la fecundidad del Adviento no está en lo que guardamos, sino en lo que compartimos. Que el intercambio fecundo nos mantenga en camino.

Mañana te espero para seguir avanzando en el camino.
Mientras tanto: Padre nuestro, Ave María y Gloria.
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