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«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava.»
Lectura bíblica:
- Magníficat (Lc 1,46-55): María proclama la grandeza del Señor y su alegría en Dios, que ha mirado la humildad de su esclava.
- «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45).
María, en su sencillez y humildad, nos muestra el camino hacia Dios: aceptar nuestra condición de criatura para poder abrirnos a la grandeza del Señor.

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Implicaciones:
- María como modelo de humildad y entrega.
- La clave para acercarnos a Dios es reconocer nuestra pequeñez y dependencia.
- El Magníficat como canto de esperanza y confianza en la acción de Dios en la historia.
- María nos lleva siempre hacia el Hijo, siendo ella misma un puente humilde y maternal.
Personal y comunitariamente:
- Silencio contemplativo para acoger la presencia de María en su humildad.
- Invitar a la comunidad, familia, amigos, a reconocer su propia pequeñez y a confiar en la grandeza de Dios.
- Cantar o recitar el Magníficat como acto de alabanza y esperanza.
- Silencio frente al Sagrario: Invitar al grupo a entrar en la iglesia y permanecer unos minutos en silencio, reconociéndose criaturas ante Dios.
- Proclamación compartida: Cada participante dice en voz alta una frase del Magníficat, hasta completarlo en comunidad.
- Interpelación personal: Después del canto, cada uno se pregunta en su interior: ¿De qué trono debo dejar?, ¿qué hambre necesito que Dios sacie?, ¿qué humildad debo abrazar?
- “El Dios que viene está aquí, hoy, en medio de nosotros”. Y nos espera en la Iglesia, en el Sagrario.

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Cariño maternal y sencillez profunda de María:
María permanece en su humildad, no busca protagonismos, pero su presencia es esencial y transformadora. Ella nos enseña que nadie puede ir a Dios sin antes aceptar su condición de criatura, pequeña y dependiente. Su canto es un abrazo maternal que nos invita a confiar y a abrir el alma a la grandeza del Señor.
«María, humilde esclava del Señor, nos muestra el camino de la fe verdadera: la aceptación humilde y la confianza plena en Dios. Ella, siempre maternal, nos conduce hacia su Hijo, el Salvador que nace en la sencillez de un pesebre.»
Isabel, la primera evangelizada. Interludio de mujeres.
En el relato bíblico, Isabel es la primera en recibir la Buena Noticia de labios de María. Su hijo, Juan, salta en el vientre al escuchar el saludo. Isabel reconoce: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a mí?«
- Isabel: “Yo fui la primera en recibir la visita de María. En cuanto escuché su saludo, el niño saltó en mi vientre y reconocí al Señor. Mi alegría fue reconocer que Dios se hace presente en lo íntimo, en la casa, en la cercanía. Yo proclamé: ‘¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a mí?’. Esa humildad es la puerta de la fe.”
- Teresa de Ávila: “Yo aprendí que la humildad es el fundamento de toda oración. María me enseñó que reconocerse criatura es el inicio del encuentro con Dios. En mis moradas interiores descubrí que el alma sólo se engrandece cuando se vacía de sí misma y se abre al Señor. La grandeza no está en nosotras, sino en Él.”
- Juana de Arco: “Yo escuché la voz de Dios y la seguí en medio de la historia, aun cuando todo parecía imposible. María me mostró que la fe no se queda en contemplación: se convierte en acción, en valentía, en decisión. Ser humilde no significa ser pasiva; significa dejar que Dios actúe a través de nuestra vida, incluso en la batalla.”
- Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz): “Yo busqué la verdad con la razón y la filosofía, y la encontré en Cristo. María me enseñó que la inteligencia se ilumina cuando se abre a la fe. Mi camino me llevó hasta el martirio, pero siempre con la certeza de que Dios es la verdad que se hace carne. El Magníficat es también un canto de pensamiento: proclamar que la misericordia de Dios atraviesa generaciones y culturas.”
- Una joven actual: “Yo la vi en la ciudad, entre ruido y prisa. María me habló y me dijo que el Adviento y la Navidad son hoy: ‘El Dios que viene’. Me recordó que, aunque es bueno mirar a Cristo en los prójimos, es necesario ir a verlo en el Sagrario, donde nos espera vivo. Su Magníficat me interpela: ¿qué grandeza proclamo?, ¿qué hambre dejo que Dios sacie?, ¿qué trono debo abandonar? Yo soy testigo urbano, y les digo: María está aquí, y su canto sigue resonando en nuestras calles.”

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Este interludio funciona como una cadena de voces femeninas que se van pasando el testimonio: Isabel abre la puerta, Juana encarna la acción, Teresa profundiza en la humildad, Edith ilumina con la inteligencia y la mística, y la joven contemporánea actualiza todo en la modernidad de la ciudad.
Este interludio nos recuerda que la evangelización comienza en lo íntimo, en la visita, en la cercanía. María no predica desde un púlpito, sino que entra en la casa de su prima y la llena de alegría.
María nos acompaña hasta el final del camino, tal y como lo hizo con Jesús, porque no solamente nos lo muestra y nos invita a seguirlo, está dispuesta a acompañarnos en este caminar, no importa que tan difícil se ponga. Por ello es Madre de Esperanza, y ayer se celebró esta designación que la Iglesia le ha otorgado y nosotros hemos comprobado muchas veces.

Hoy es el último viernes antes de la Navidad, y como María nos ha venido acompañando con presencia especial en estos viernes, hoy le dedicamos un episodio en el Podcast: Persona, familia y sociedad. Disponible en Spotify. Acompáñala, tiene mucho que decirte. Y el 4° Domingo, también tendrá su episodio.
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