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13 de abril 2025. Aquí te dejo en este Domingo de Ramos, que me parece una fecha muy adecuada, la cuarta parte del mensaje de Monseñor Jaime Calderón en la misa del 25 de enero en el Cerro del Cubilete. En esta época de múltiples retos, tanto en la vida real como en las redes sociales, retos de toda clase, hoy en la última parte de su mensaje, el Arzobispo de León actualiza la experiencia de San Pablo a nuestros días y lanza el reto no solamente a los jóvenes, lo toma él mismo como parte de la Iglesia ministerial y como parte de la generación adulta, los viejos, como lo dice. Y señala el reclamo de los jóvenes expresado muchas veces en el Sínodo del 2018, «queremos dejar de ser tratados como los eternos inmaduros, como tarados».

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Y fíjate que realmente esta fecha es muy oportuna para que todos, jóvenes, viejos, laicos y pastores, tomemos el reto, hoy que se aclama a Cristo como Rey en su entrada triunfal en Jerusalén, hoy es un buen día para tomar ese reto, y también es buen día para tomarlo en serio. Hace casi 2000 años, no de su nacimiento, sino de la Redención, en esa ocasión bastaron 5 días, solamente 5 días para que aquellos que lo aclamaron, muchos de ellos, gritaran azuzados por los fariseos y los sumos sacerdotes, “¡Crucifícale, crucifícale”, muchos otros lo hicieron por cuenta propia, pero también hubo otros que se mantuvieron fieles! Esto se demuestra en el Cerro del Cubilete donde miles de jóvenes continúan reuniéndose para hacer esa misma aclamación de alabanza, ¡Hosanna, hosanna!

Miles de jóvenes.
Estamos ya en el novenario de años para el gran Jubileo del 2° milenio, a ocho años del 2033 y la Iglesia se prepara para el gran acontecimiento. Por eso la pregunta que hay que hacerse es: ¿qué tipo de aclamación y de seguimiento estoy dispuesto a hacer de Cristo? ¿Me durará 5 días y para el viernes santo lo estaré negando? ¿Llegaré con mi entusiasmo hasta el próximo año? ¿Hasta cumplir el novenario al año 2033? O me haré el firme propósito de seguirlo a pesar de mis tropiezos y caídas, comprometiéndome a buscar la gracia en los Sacramentos, para no confiar solamente en mis fuerzas y, como San Pablo me dejaré tocar por Cristo en un encuentro personal, cercano, en el que su corazón y el mío se identifiquen plenamente y de esa identificación nazca la fidelidad y la confianza, ¡como con un amigo! ¡Eso es lo que Cristo quiere!, Él quiere que los jóvenes, como era Él mismo, se sigan acercando, recuerda que tenía menos de 35 años cuando fue crucificado, ¡tenía tan solo 33!

Encuentro personal con Cristo. Imagen de Pinterest.
Monseñor lo percibió claramente y lo expresa diciendo que los efectos del encuentro repercuten en la comunidad, y que en México el alcance de la llamada toca hasta los confines de nuestra Patria, toda vez que llegaron jóvenes de los estados del sur, del centro y del norte de nuestra geografía nacional. Y dice sin asomo de duda que “la Iglesia tendrá futuro, si en cada mente y en cada corazón hacemos germinar la vida del Señor”. El reto es hacer a la Iglesia joven, como es Cristo, que permanece joven, pero se requiere que la Iglesia le abra espacios de participación protagónica a los jóvenes, y que éstos también se comprometan a tener un rol de trascendencia, de verdaderos actores en las actividades apostólicas y pastorales propias de los laicos.

Dejar Huella. Imagen tomada de Pinterest.
Para ello le dice a los sacerdotes concelebrantes, “hermanos sacerdotes, tenemos que tomar a los jóvenes en serio”, y “a los jóvenes los invito a aportar lo mejor de sí a esta Iglesia que los necesita”, dice Monseñor y con mucha razón, que los jóvenes no pueden solos, que la Iglesia no puede sola, pero que los jóvenes no se dejen deslumbrar por la idea errónea de que no necesitan de los demás, la sinergia con los mayores, será la clave del éxito conjunto del rejuvenecimiento de la Iglesia, juventud más experiencia, en estos tiempos difíciles, tenemos que construir juntos el camino que Dios nos está pidiendo. En esta tarea, en este enorme reto, es importante la sinodalidad, que permita que cada uno tengamos nuestro propio lugar y que nadie se quede afuera.

Cada uno ocupando su lugar. Imagen de Pinterest.
Estamos viviendo tiempos de retos, pero también de Esperanza, emprendamos juntos el camino del seguimiento del Señor y dejemos huella a nuestro paso, para que otros nos puedan seguir y lleguemos muchos, muchos, al encuentro definitivo del Señor. Cristo nos está esperando en la Jerusalén terrena del Domingo de Ramos, y en la Jerusalén Celestial de la Resurrección, que sucedió una sola vez y para siempre, y en ella nos asume, a los hombres de todos los tiempos. ¡Tenemos motivos de Esperanza!

7 de marzo de 2025. Hoy te comparto, si es que no tuviste la oportunidad de estar ahí, o te lo recuerdo, si lo viviste, el tercer segmento de cuatro en los que he dividido el mensaje del Arzobispo de León, Monseñor Jaime Calderón Calderón, en la Misa que presidió el 25 de enero, en la Marcha Nacional Juvenil a Cristo Rey. Como puedes ver, sigue haciendo énfasis en la importancia de tener Esperanza, basada en la capacidad de la Iglesia, cuando junto con los jóvenes, sabe volver la mirada nuevamente a Cristo.
Y para ello nos va a mostrar cinco ejes principales que, si se conjugan y se complementan, nos permiten darle un sólido cimento. El primero es precisamente que la Iglesia, junto con los jóvenes, caminen de la mano, con confianza, reconociendo mutuamente lo que cada cual puede aportar, partiendo de la base del respeto mutuo y de la confianza, esta confianza que ambos deben poner en Cristo, única fuente de la verdadera y eterna juventud. Piensa que Cristo, cuando murió, no contaba ni con 35 años.

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El segundo es el fruto de la vitalidad de la juventud, con la “Sabiduría” de la Iglesia, que no brota de las personas como tales, sino del camino que a lo largo de dos mil años le ha ido revelando el Señor por medio de ellos, de los pastores. Tal es el caso que vemos, por ejemplo, en el Antiguo Testamento, cuando Salomón, hijo del Rey David, cuando estaba por asumir el trono de Israel, siendo muy joven, le pide a Dios sabiduría para saber actuar con rectitud, y Dios se la concede en forma abundante.
El tercer eje es un modelo más cercano, en el Nuevo Testamento, el caso de San Pablo, quien era un perseguidor de la Iglesia, pero antes que nada era un defensor de la fe de sus padres y de sus ancestros, y solo después del encuentro con Cristo en el camino de Damasco, a donde se dirigía en su afán de destruir la fe católica, cuando escucha la voz que lo llama por su nombre y lo confronta: “Saulo, Saulo, por qué me persigues”, pregunta Pablo desconcertado y ciego, pues quedó ciego por la gran luz que no soportaron sus ojos, “Señor, quien eres”, y escucha claramente, “Soy Jesús a quien tú persigues”. Y Pablo, después del encuentro, no quedó indiferente, él, que había presenciado el martirio de San Esteban, se convierte en el Apóstol Pablo, quien también era joven en ese entonces.

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El cuarto eje es tal cual, aceptar que del encuentro con Cristo no se sale indiferente, se puede salir burlado si te acercas con falsas intenciones, como los fariseos que le preguntaron si estaba bien o no para los judíos darle tributo al César, y Cristo, tras pedir una moneda para mostrarles la efigie del César grabada en ella, les dice: “Den a César lo que es del César”, pero su respuesta no se queda incompleta, pues les dice también, “Y a Dios lo que es de Dios”; Puedes salir triste del encuentro, como el joven rico que le pregunta qué debía hacer para ganar el cielo, y después de decir que ya cumplía con los preceptos de la ley, nos dice la biblia: “… se marchó entristecido, pues tenía muchos bienes”, a los que no quiso renunciar; o puedes salir totalmente transformado, redimido, como la mujer pecadora, en otro pasaje, quien permanece abrazada a las rodillas de Jesús, quien le pregunta: “Dónde están los que te acusaban… vete, yo tampoco te condeno, anda y no peques más”. Este es el verdadero fruto del encuentro, la conversión.

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El quinto eje es ni más ni menos que la Esperanza, como fruto de esta convergencia de Juventud y Madurez, anclada en el Señor. De tal forma que no podemos ver en el catolicismo solo un conjunto de principios filosóficos o moralistas, tampoco es simplemente una doctrina, algo en lo que hay que creer sin más, catolicismo y Jesús son prácticamente lo mismo, el catolicismo brota del encuentro con Jesús, Él vino al encuentro de la humanidad, y en Pedro y los apóstoles, dejó a la Iglesia como Barca de Salvación, con la promesa de que estría con Pedro y con sus sucesores hasta el final de los tiempos, pero también con la promesa, garantizada con su muerte, con su resurrección, con su vida y con su sangre, con todo lo que Él es, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia, y para que luchemos por ella con alegría y con Esperanza, aun en medio de las dificultades. Aquí abajo tienes el mensaje:

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Febrero 7 de 2025. ¡Sigamos hablando de Esperanza! 2a parte de 4 del mensaje de Monseñor Jaime Calderón en la Marcha Nacional Juvenil al Cerro del Cubilete.
En esta segunda parte del mensaje, Monseñor Calderón continúa con el tema de la tradición. Esta sección está dedicada en un 95% a los jóvenes y en un 5% a los sacerdotes, sin que esto signifique una preeminencia de unos sobre otros, ya que la misión es conjunta. Se entiende porque los jóvenes son los protagonistas de este evento anual, ya obligado.

Desde la perspectiva de la herencia, los jóvenes son los herederos, no en un horizonte histórico de largos vuelos como cuando en la Biblia se habla del “Dios de nuestros padres”. Ahora, el horizonte no es multigeneracional, sino intergeneracional. Monseñor menciona que nuestros abuelos heredaron la cultura y los valores a nuestros padres, quienes hicieron bien su trabajo al heredárnoslos a nosotros. Ahora, nosotros, los adultos, queremos transmitirles a ustedes estos valores y esta tradición, en la que se ha sustentado nuestra cultura, esta realidad, nos dice Monseñor, tiene un nombre: ¡Se llama Jesucristo! Aquí abajo el mensaje íntegro de esta segunda parte de la homilía de Monseñor Jaime Calderón, y sigo con un comentario, si me lo permites.
Segunda parte del mensaje de Monseñor Jaime Calderón Calderón, Arzobispo de León.
Es claro que el mundo ha cambiado, que hoy las cosas y la realidad se enfocan, se perciben y se construyen de modos diversos, propios de un cambio de época, que presenta sus propios beneficios y riesgos en igual medida. Ahí es donde se inserta la necesidad de saber de dónde venimos, cuál es nuestra procedencia. Ahí es donde podemos aprender a valorar a quienes nos precedieron y a quienes los precedieron a ellos, y lo que nos dejan como legado.

En la familia, el niño que tiene la fortuna de la presencia de algunos de sus abuelos recibe no solamente ese cariño único, que es la posibilidad de abrazar al fruto de nuestro propio fruto, que ya es bastante. Pero, en la perspectiva del niño, es la forma más amorosa de mostrarle que el mundo no inicia a partir de su nacimiento, y que la realidad no gira en torno a él, ni es él la única razón para que exista el mundo. Sin embargo, el relativismo actual, uno de los signos de esta nueva época, la cultura individualista y hedonista que nos inocula el microcosmos de las pantallas electrónicas, gracias al perfilamiento milimétrico que hacen de nosotros como resultado del algoritmo y sus efectos en la vida cotidiana, nos expone muy peligrosamente a ser individuos solitarios, tristes, desvinculados de nuestra propia historia, del pasado y de los valores familiares, a fuerza de cambiarlos por la virtualidad y sus espejismos.

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La cantidad de horas que se pasan en la insulsa cantidad de contenidos, que, al robarnos el tiempo, nos roban la vida, la relacionalidad y el mismo sentido de la vida. No olviden que pierde más quien pierde el sentido de la vida, que quien pierde la vida misma; esta es una de las razones por las que el índice de suicidios adolescentes se ha elevado dramáticamente.
Por ello, hay que llenar la vida de sentido, hay que tener consciencia de nuestro ser y valer como personas, como hijos de Dios, realidad en la que podemos sustentar sólidamente nuestra condición de Dignidad Humana, que es la que, de una u otra forma, nos susurra suavemente al oído y otras veces con voz más urgente, más contundente, que hay algo más detrás de cada cosa, que lo material no puede ser el fin de sí mismo. Es la realidad trascendente la que nos lleva una y otra vez a la sospecha, a la expectativa, y, a los más afortunados, a la certeza de ese algo más.
Ese algo más no es algo, es Alguien, es Cristo, nuestro Rey, de quien hemos venido siguiendo la huella, buscando en Él los motivos de nuestra propia Esperanza, para poder dar razón de ella a quienes nos la pidan. Quienes hayan encontrado esa respuesta, como la encontraron César Fernando Calvillo y Juan Bosco Rosillo, volverán una y otra vez a Cristo Rey, y si Él lo permite, dejarán la huella con la que se encontrarán en Cristo Rey, en el Cerro del Cubilete, dentro de 50 años. ¡Cristo y miles de jóvenes, los estarán esperando!

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Enero 25 del año 2025. ¡Jóvenes, también en el Cubilete hablemos de Esperanza!

Este año se cumplirán 50 años de la violenta muerte de César Fernando Calvillo Silva y de Juan Bosco Rosillo Segura, acaecida el 22 de noviembre de 1975 en el Valle de Aguas Buenas, Municipio de Silao, a los pies del Cerro del Cubilete. Manos y mentes que a 50 años permanecen anónimos, al menos para sus familias, para la sociedad y para toda la cristiandad, a la que pertenecieron de todo corazón mediante su militancia en la ACJM.
El Santuario de Cristo Rey, ubicado en el citado Cerro del Cubilete, ha seguido siendo el escenario que año con año congrega a miles de jóvenes provenientes de todos los rincones de nuestra extensa y variada geografía nacional, desde Baja California hasta Yucatán. Este año no podía ser la excepción; muy por el contrario, con motivo del Cincuentenario, tres asociaciones se dieron a la tarea de convocar intensamente a este gran acontecimiento: la ACJM, principal organizadora en aquel 1975, año previo a que se celebrara el primer cincuentenario del inicio de la Contrarrevolución Cristera, en contra de las leyes anticatólicas contenidas en la Constitución de 1917, recrudecidas por los gobiernos revolucionarios de aquella época.
Actualmente, Testimonio y Esperanza es quien tiene a su cargo la organización de este magno evento anual, y en esta ocasión se ha sumado el Movimiento Dejar Huella. Este movimiento está siendo animado, entre otros, por los propios familiares y amigos de César Fernando y Juan Bosco, quienes con su corta vida lograron dejar semillas que han germinado y fructificado con el tiempo. Sus respectivos apostolados, de la mano de la ACJM, dejaron comunidades que siguen activas y que este año hicieron acto de presencia para compartir con los jóvenes asistentes su experiencia de vida y dar a conocer el origen y trayectoria de nuestros jóvenes mártires. Además, invitaron a los jóvenes a otros 50 años de presencia viva en Cristo Rey, para ratificar, año con año, su amor, fe y compromiso de seguirlo, 38,000 jóvenes se hicieron presentes, en una de las más numerosas audiencias registradas en todos estos años. Su recuerdo quedará en la juventud.

Parte de los miles de jóvenes, al terminar la Santa Misa. Fotografía personal.
La Santa Misa contó con la presencia del Arzobispo de León, Monseñor Jaime Calderón Calderón, cuyo mensaje estuvo lleno de cariño y emotividad, tanto hacia los sacerdotes que concelebraron con él, como hacia los que estuvieron ofreciendo el sacramento de la Reconciliación. Comparto más abajo en esta entrega, la primera de cuatro partes en que he dividido su mensaje, para irlo comentando en subsecuentes entradas de esta sección.
En esta primera parte, Monseñor hizo mención en dos ocasiones de la palabra ESPERANZA, que viene muy bien con el tema del Año Santo Jubilar, dedicado a este tema tan necesario en estos días. La primera mención la hizo en relación a la cantidad de personas reunidas en la celebración de la Santa Misa, que no eran la totalidad de los asistentes, dado que, por razones naturales, no habrían cabido todos de manera simultánea en el amplio recinto abierto implementado para tal fin, en la explanada de la Ermita que se encuentra poco antes de llegar al Santuario.
La segunda vez que Monseñor se refirió a la Esperanza fue cuando dijo que son los jóvenes quienes la representan en la Iglesia, pueblo de Dios. Al hablar de ellos, no lo hizo reflexionando hacia el futuro, sino hacia el pasado.
Esto es, además, totalmente cierto, pues hizo primero una descripción del daño que ha ocasionado en el momento actual la polarización a la que está siendo sometida la sociedad, uno de cuyos ejemplos, según dijo, es la pretendida separación de los ancianos respecto de los jóvenes. Hizo referencia a una respuesta del Papa Francisco en el contexto del Jubileo de la Juventud en el año 2018, cuando el Papa, a la pregunta de cómo veía la Iglesia a futuro, respondió que antes que nada, somos herederos de una tradición. Así como los profetas y los grandes patriarcas del pueblo hebreo hablaban del «Dios de nuestros padres, de Abraham, de Isaac, de Jacob», hasta llegar a Jesucristo, somos herederos de esa tradición. Monseñor aplicó esta idea contemporáneamente, diciendo que es el Dios de nuestros abuelos, de nuestros padres, poniendo énfasis en nuestras raíces, antes que en nuestros posibles frutos.

Concluyó esta primera parte de su mensaje diciendo que esa es la fuerza renovadora de la Tradición, la que viene de los valores que hemos recibido, vivido y compartido en este ejercicio de comunicación intergeneracional, de la que antes que nada somos herederos. Por eso es que la familia es tan importante y los jóvenes dentro de ella, sobre todo en la medida en la que se asuman y valoren lo que están heredando.
Primera parte del mensaje de Monseñor Jaime Calderón, Arzobispo de León.
Enero 17 del año 2025. ¡Jóvenes hablemos de Esperanza!
En esta nueva entrada vamos a tomarnos de la mano de nuestro querido San Juan Pablo II, quien, por un lado, toda su vida quiso mucho a los jóvenes, así como también pasó mucho tiempo con ellos, desde su época de párroco, hasta al punto de haber inaugurado, ya como Papa, las Jornadas Mundiales de la Juventud, asimismo escribió mucho, tanto para los jóvenes, hombres y mujeres, como para los noviazgos, a quienes también dedicó mucho tiempo, oración y escritos, no en vano es conocido como “el Papa de la familia y de los jóvenes”.

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En mi caso personal, mi esposa y yo éramos unos jóvenes novios cuando Juan Pablo II visitó por primera vez nuestro país. ¡Por supuesto que estuvimos ahí! En la gran recepción que se le brindó en el zócalo capitalino, primera vez en la que verdaderamente estuvo llena esta icónica plaza en el centro de la Ciudad de México.
Recuerdo que hubo momentos en los que la presión de tantas personas contra las barras de contención, las que estaban frente a la Catedral, lugar y ubicación que pudimos ocupar porque habíamos llegado muy temprano, era tanta la presión, que en lugar de quedarnos juntos, uno al lado del otro, la pasé delante de mí para que no la aplastara el empuje de la gran concentración, a pesar de que nunca se rompió el orden, pero éramos demasiados y todos queríamos estar lo más cerca posible del “Papa peregrino”.

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El Papa de nuestro noviazgo. Como ya lo dije, éramos jóvenes novios en aquella primera visita, y como Juan Pablo era también muy joven y su pontificado fue uno de los más largos que registra la historia, fue nuestro gran compañero en las diversas etapas de nuestra relación. ¿Quién nos diría que nos iba a acompañar durante tantos años? Particularmente en la época de nuestro noviazgo conocimos la edición española de su libro “Amor y responsabilidad”, una de las obras de su inspiración que marcaría un hito en la literatura católica para novios y matrimonios, la edición que conservo es del año 1969, siendo por aquél entonces el joven arzobispo de Cracovia, en su natal Polonia.
En este libro nos introduce a su novedoso concepto de la “Norma Personalista”, cuyo planteamiento es lo opuesto a la tendencia de aquella época, que él identificaba como “utilitarismo”, o instrumentalización de las personas, en la que se ve como normal tratarse unos a otros como simples instrumentos, al servicio del placer. Te presenta argumentos sólidos y razonables, sobre la importancia de cada una de las personas que intervienen en la relación, cada persona es una finalidad en sí misma, derivado de nuestra Dignidad Humana, la cual recibimos por el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios Creador, con un destino trascendente, que se extenderá más allá de la vida terrenal, y por toda la eternidad.
Tener esto en consideración ayuda a entender que no podemos instrumentalizar a ninguna persona, esto es darles un trato que corresponde a las cosas, a los instrumentos, como muchas veces lo hacemos, en una búsqueda desordenada de placer o de otro tipo de beneficio, como laboral, económico o de otra índole. Hoy en día parece estar de moda amar las cosas y utilizar a las personas.
Al no poder, por tanto, instrumentalizar o cosificar a ningún ser humano, tenemos que ser congruentes con la Dignidad del otro o de la otra, y de mí mismo, lo cual nos va a ayudar a mantener nuestra relación de noviazgo, nuestra sensibilidad, afectividad y sensualidad, dentro de los cauces de la Norma Personalista, sin pretender, ni permitir ser instrumentalizados el uno por el otro, y de esta forma salvaguardar la relación, sin dañar al otro, siempre en proceso de evolución, crecimiento, aprendizaje y preparación para algo mucho mejor, que sería nuestro matrimonio.
¿Y si no hubiéramos llegado al matrimonio? Precisamente salvaguardar el valor que le reconocemos a la otra persona, permite entender el noviazgo en su exacta dimensión, y, por lo tanto, entender también que el noviazgo es, por naturaleza, un estado temporal, que tiene solamente dos salidas posibles, a saber: o termina porque después de haberse conocido, valorado, amado, sin que ninguno de los dos salga lastimado, o con un compromiso para el que no se estaba preparado, podemos quedar ambos al terminar el noviazgo, sin compromisos, sin arrepentimientos, sin una separación abrupta o en medio de pleitos y rencores, de frustraciones y sensaciones de amargo fracaso, por haber esperado o buscado más de lo que el noviazgo puede ofrecernos, y por lo tanto, cuando llegue el momento conveniente, iniciar sin culpas pero con buenos recuerdos, una nueva relación en la que podamos aplicar los aprendizajes y poner atención en los aspectos importantes sobre los que podamos construir una nueva relación, con mayor claridad de lo que esperamos del otro, y de lo que debemos aportar de nosotros mismos en libre donación, con la apertura necesaria, con claridad y certeza, con una garantía en la oferta de por vida, al menos en la sana, madura y responsable intención y voluntad de compromiso.
¡Y si todo marcha bien! Entonces podemos pasar a un noviazgo más serio, que no implica “mayores libertades”, sino mayor compromiso y mayor disposición a cuidar, a seguir cuidando aquel bien de gran valor, que cada uno hemos descubierto en el otro, hasta tener suficientes elementos de certeza que nos llevan al “consentimiento” de nuestro amor en el matrimonio y la familia.
Nosotros así lo hicimos, y siempre pudimos encontrar en la espera, la garantía, el aquilatamiento de la calidad de nuestro amor, capaz de sacrificio, en síntesis, encontramos en nuestro camino de vida, las condiciones al las que se refería el Papa en aquel maravilloso primer viaje a México, en el que nos dijo a todos los mexicanos que una fe sólida requiere cuatro elementos que son sus grandes pilares: “Búsqueda, aceptación, congruencia y constancia”.
Búsqueda, honesta y dispuesta a encontrar(se) con la verdad, aceptación, una vez que estamos seguros de lo que hemos encontrado en la persona de nuestro novio, nuestra novia, congruencia, que es la fidelidad al compromiso que se hace de vivir de acuerdo con lo que se ha creído y encontrado, y constancia, que implica mantenernos firmes en esa congruencia a lo largo de la vida.
Nosotros aplicamos esta misma fórmula que nos fue recomendada en relación con la vivencia de la fe, a partir de nuestro noviazgo, y te puedo asegurar que, hasta el momento actual, con casi 42 años de matrimonio y 5 hijos, de seis embarazos en total, siempre hemos encontrado en esta Norma Personalista nuevos elementos para continuar con alegría, siempre con gran Esperanza en lo que vendrá después, ya que el matrimonio es vocación, y vocación es caminar juntos hacia la casa del Padre.
Pero antes, en el mes de abril de este año, daremos el gran paso a la paternidad dorada, ¡Seremos abuelos Y eso, eso ya será una probadita del cielo!
¿Hay o no hay motivos de Esperanza?
Enero 2 del año 2025. El tema de la esperanza parece obligado, dado que el Papa Francisco ha decidido dedicar este año jubilar 2025 a esta importante y necesaria virtud. Por eso he querido abrir esta página en mi sitio, para ir meditando algo al respecto. Para abrir estas consideraciones, haremos un parafraseo, tomando las primeras ideas que expone Paolo Prosperi, en su libro «Misterio de los misterios», de Ediciones Encuentro, y en los comentarios subsecuentes nos apoyaremos en diversas obras.
Para comprender el significado y el lugar que la esperanza ocupa en la comprensión tanto del misterio de la Historia como de la existencia cristiana del hombre, es esencial tener cierta pasión por el destino de la humanidad y de la tierra. Hay que amar intensamente esta tierra y, sobre todo, al hombre que en ella vive y sufre. Lo eterno ha sido suspendido temporalmente porque los encargados del poder han desconocido, ignorado, olvidado y despreciado lo temporal. Jesús vino para fundar y salvar el mundo, y la vida mística cristiana no consiste en evitar el mundo, sino en salvarlo, no en huir del siglo, sino en alimentarlo místicamente. Aunque podría haberse quedado sentado a la derecha de su Padre, Jesús vino al mundo para salvarlo. No debemos resignarnos a abandonar al hombre ni se puede concebir una iglesia o un Dios que lo hagan. Dios se ha sacrificado por nosotros, y eso es el cristianismo. Ante la propagación del mal y la impiedad, la respuesta de Dios en Jesucristo no fue la condena, sino la salvación. No incriminó al mundo, sino que lo salvó. Esta visión de esperanza y amor por la humanidad es fundamental para entender la misión cristiana y la importancia de la esperanza en nuestra existencia.
