Todas las imágenes se tomaron de Pinterest
La Iglesia es madre y maestra. Y como tal, por su cariño y por su intención didáctica, dentro de este tiempo de Adviento, que es de esperanza, preparación, de sacrificio, de humildad y de recogimiento para una adecuada espera del Salvador, nos propone en este tercer domingo, el Domingo de la Alegría, como un remanso, como un oasis en medio del desierto, en medio de la penitencia. La alegría porque ya está próxima la llegada del Señor. Por eso se enciende la vela color de rosa.

Para todos aquellos que creen, que piensan, que han escuchado que la Iglesia y la religión católica son una serie de prohibiciones, un moralismo hueco, vean cómo esto no es así. Si nos remontamos a la escena de la Anunciación del Ángel a María, las palabras del Ángel son: «Alégrate, María, porque has encontrado gracia ante el Señor». Imagínense, alégrate, María. Pero no es una alegría hueca sin sustento. El fruto de la alegría es haber encontrado gracia ante el Señor. No puede haber una fuente más auténtica de alegría que el amor de Dios, que nos ha sido dado. Dios nos amó primero, nos amó desde el principio, nos amó desde toda la eternidad. A cada uno de nosotros, a ti, a mí, a ellos, con nombre y apellido, con cara, con historia, con futuro, con sentimientos, con ilusiones, con frustraciones. Así nos amó primero.

¿Y cuál es el fruto de esa alegría? La difusión. Nos dice el Evangelio que María, al enterarse de que su prima Isabel, a la que llamaban estéril, estaba ya en el sexto mes, salió presurosa a servir y a ayudar a su prima Santa Isabel. Este es un dato que le da el Arcángel Gabriel en la Anunciación como una prueba de que lo que él decía realmente era verdad, y que efectivamente, María no estaba en un sueño, sino que realmente Dios, por medio del Arcángel Gabriel, le estaba dando la noticia de que sería la madre de Dios.
Y entonces María, con esa alegría difusiva, nos dice el Evangelio que salió presurosa a servir y a ayudar a su prima Santa Isabel. Y lo curioso es que nos dice también el Evangelio que, en el encuentro de las dos mujeres, el contacto que tuvieron los dos bebés fue instantáneo. Tan pronto se enteró Isabel de la presencia de María, su bebé saltó de gozo en su vientre. Y el Espíritu Santo le hizo pronunciar las palabras: «¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a mí?». ¿Cómo se iba a enterar ella? En aquel entonces no había Internet, no había WhatsApp, no había teléfonos inteligentes. ¿Cómo se iba a enterar de que María estaba encinta?
Si, además, ni siquiera se había llevado a cabo la boda. Estaban en el periodo de los esponsales, el año que transcurría entre el compromiso y el matrimonio, tiempo que se le otorgaba al futuro esposo para preparar la casa, la habitación, la vivienda, el hogar en el que viviría la nueva pareja. Estaban en ese período. Entonces Isabel no podía ni sospechar que María pudiese estar embarazada. Se lo hizo saber Dios a través del Espíritu Santo, en una inspiración divina. Y su expresión es: «¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor me visite?». Es María, pues, la primera evangelizadora.

Y fíjense cómo son los planes de Dios. Aquel primer no nacido a quien se le anuncia la presencia del Señor es a Juan, quien después iba a ser el Bautista, y que sería quien presentará al mundo al Hijo de Dios en el momento de su bautismo con aquellas palabras que dice: «Este es el Mesías, el Salvador, a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus zapatos. Yo los bautizo con agua, pero él los bautizará en el Espíritu Santo». Fíjense cómo todos esos acontecimientos no son más que secuencias de alegrías compartidas. Y ese es el espíritu que nos quiere transmitir y compartir la Iglesia en este tercer Domingo de la Alegría.

Toda la historia en la Iglesia católica y del pueblo hebreo es una historia de alegría, que sí, ciertamente tiene momentos de dolor, dificultades, renuncias, sacrificios, muerte, martirios, pero todo por un bien mayor. Ciertamente, María se alegró con sobrada razón por el anuncio del Ángel, pero también cuando va al templo y el anciano Simeón le dice que una espada le atravesará el alma, y que todas estas cosas las iba guardando en su corazón. Y así como también hubo ese sufrimiento cuando se pierde el Niño en el templo, viene la alegría de encontrarlo y encontrarlo entre los doctores de la ley. ¿Y qué dijo Jesús? «¿No sabían que debo de ocuparme de las cosas de mi Padre?». Ahí está ya manifiesta cuál es su misión, a qué cosa vino: hacer la voluntad del Padre, atender las cosas de su Padre. Y la misión, la gran misión, pues es la redención del género humano.

Para lo cual primero estamos alegrándonos con la Anunciación y con el nacimiento, que está ya muy próximo. Después vendrán otros tiempos. Estamos ahorita en tiempo de Adviento, vendrá después el tiempo de Navidad, al que seguirá la primera parte del llamado tiempo ordinario, después vendrá la Cuaresma, nuevo tiempo de penitencia. Vendrá también la Pascua de la Resurrección, la gran alegría de la Resurrección y la redención del género humano. Vendrá la alegría de la Ascensión del Señor, que va al cielo a prepararnos la morada. Vendrá la alegría de Pentecostés con la que termina el tiempo Pascual, que llega a llenarnos del Espíritu de Dios y hacernos capaces de predicar el Evangelio y de vivir el amor como el amor que Cristo nos ha dado.
Y así, primero fue la historia del pueblo hebreo, rescatado por Moisés del poder de Egipto para ser llevado a la Tierra Prometida. Ahora ya no es el pueblo hebreo, es el pueblo de Dios, la Iglesia, esto no significa una sustitución, es más bien la universalización manifiesta del amor de Dios, que vino a redimirnos a todos, la humanidad que sigue caminando en este desierto de preparación, de búsqueda, de aceptación, en camino a la Jerusalén Celestial.


Todo esto contenido en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, que nos habla también, entre acontecimientos aparentemente adversos, difíciles, contradictorios, misteriosos, a final de cuentas se lleva a cabo, se celebra la boda del Cordero de Dios con su esposa, la Iglesia, y se consuma el amor de Dios por todos nosotros. Por eso la Iglesia nos propone en este domingo vivir la alegría, pues ya estamos muy cerca, falta un domingo y en tres días más, estaremos celebrando la Navidad. Entonces la Iglesia nos dice: «Aguanta, alégrate. Estamos en lo más profundo de la noche, pero va a salir el Sol. El Lucero de la mañana se aproxima, y estamos ya muy cerca de ese gran amanecer». Entonces, así como el Ángel le dijo a María ¡Alégrate!, así también nosotros hemos hallado gracia ante el Señor, hemos sido redimidos. Y así como María, como fruto de esa alegría, dispongámonos a recibir y a compartir, a difundir con ejemplo, con palabra, con obras, con corazón abierto a los demás, sobre todo a nuestros más próximos, familia, amigos. Hagamos difusivo ese amor que se nos anuncia, que Dios nos tiene y que es la causa más profunda de alegría que podemos tener. Alégrate, María, porque has hallado gracia ante el Señor. Amén.

Descubre más desde México, sus problemas y sus valores. Piensa bien, escribe bien, actúa bien.
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Excelente texto……gracias
Me gustaMe gusta
Gracias cuñado!!!
Me gustaMe gusta